En junio de 2023, el sumergible Titan de OceanGate implosionó en las profundidades del Atlántico durante una expedición hacia los restos del Titanic. El accidente, que terminó con la vida de sus cinco ocupantes, se convirtió rápidamente en un fenómeno mediático global y abrió interrogantes sobre la seguridad en la exploración submarina comercial.
Dos años después, Netflix estrena el documental Titan: La tragedia de OceanGate, una producción que va más allá del simple recuento de los hechos. El trabajo, basado en entrevistas, audios y documentos internos, revela el entramado de decisiones fallidas y el liderazgo cuestionable que estuvieron detrás de la tragedia.
Lejos de limitarse al morbo que rodeó el accidente, el documental entrega un análisis técnico y humano sobre cómo una idea ambiciosa, mal gestionada, derivó en un desastre. Buena parte de la responsabilidad, según los testimonios recopilados, recae sobre el fundador y CEO de OceanGate, Stockton Rush, quien también murió en la implosión.
El proyecto de OceanGate pretendía democratizar el turismo de exploración profunda, permitiendo que personas con suficientes recursos pudieran descender a las profundidades para ver de cerca los restos del Titanic. Sin embargo, esa visión fue acompañada de decisiones técnicas y empresariales que, según se evidencia, comprometieron la seguridad desde el inicio.
Uno de los puntos más polémicos que revela el documental es que Rush decidió prescindir de certificaciones externas y pruebas rigurosas, algo que en la industria es considerado estándar. El propio Rush afirmaba que los protocolos de seguridad ralentizaban la innovación, una filosofía que despertó preocupaciones dentro y fuera de la empresa.
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Excolaboradores como Tony Nissen, exdirector de ingeniería de OceanGate, describen a Rush como un líder “narcisista” y con actitudes autoritarias. Los testimonios recogen también episodios previos al desastre, como la accidentada expedición de 2016 al naufragio del SS Andrea Doria, en la que Rush ignoró advertencias de su equipo y puso en riesgo la vida de los tripulantes.
David Lochridge, piloto experimentado y jefe de operaciones marinas en ese momento, logró salvar la misión al asumir el control. Sin embargo, luego de expresar preocupaciones técnicas sobre la seguridad del Titan, Lochridge fue despedido. La grabación de esa tensa conversación forma parte del material presentado en el documental.
Las entrevistas también ahondan en el perfil personal de Rush. Perteneciente a una familia adinerada con raíces en la historia fundacional de Estados Unidos, Rush buscaba convertirse en una figura al estilo de Elon Musk o Jeff Bezos, pero con los océanos como escenario. Su obsesión por el control y su desprecio por las advertencias son expuestos de forma contundente.
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El documental de Netflix no evade los aspectos técnicos de la tragedia. Analiza cómo la construcción del Titan en fibra de carbono, un material más económico pero inadecuado para soportar la presión extrema de las profundidades, fue una decisión clave en el desastre.
A lo largo de sus 90 minutos, la producción ofrece un retrato de la arrogancia empresarial y la falta de controles que derivaron en la implosión del Titan. Más allá del accidente, deja en evidencia los riesgos que conlleva la exploración privada sin las garantías de seguridad necesarias.
La historia de OceanGate y su sumergible Titan es un recordatorio de que la ambición tecnológica, cuando no se acompaña de responsabilidad y transparencia, puede tener consecuencias fatales. Titan: La tragedia de OceanGate, disponible en Netflix, se convierte así en una pieza clave para entender los límites de la exploración humana.
Imagen: Netflix
