Un segundo de latencia puede salir caro: ¿por qué la conectividad es el mayor riesgo digital para las empresas?

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La transformación digital suele asociarse con inteligencia artificial, automatización y servicios en la nube. Sin embargo, en la operaciones diarias de muchas empresas, todo ese avance descansa sobre un factor que aún se gestiona como un servicio secundario: la conectividad. Cuando falla, no solo se cae una red, se detiene la operación completa.

En el entorno digital, los retrasos mínimos ya tienen consecuencias. Un segundo adicional en la carga de una aplicación puede afectar la experiencia del usuario y traducirse en menos ventas y menor satisfacción. Ese impacto, que parece marginal, se multiplica cuando la lentitud o la inestabilidad se vuelven recurrentes en plataformas críticas como comercio electrónico, pagos digitales o sistemas internos.

El problema se hace más evidente cuando ocurre una interrupción total. Para la mayoría de las organizaciones, una hora de inactividad no es un incidente menor: implica pérdidas económicas significativas, procesos detenidos y clientes que no esperan. Aun así, muchas compañías siguen sin medir con precisión cuánto les cuesta que sus sistemas estén fuera de servicio.

El DTD: el tiempo muerto que casi nunca se contabiliza

Dentro de este escenario aparece el downtime o tiempo de indisponibilidad (DTD), un concepto que suele reducirse a caídas completas, pero que en la práctica incluye mucho más. “La latencia ya no es un término exclusivo para gamers; hoy es un indicador operativo”, explica Fernando Maturana, gerente general de Gtd Colombia. Según el directivo, cuando se automatiza una planta, se gestiona un hospital en línea o se ofrecen servicios financieros en tiempo real, cada milisegundo puede marcar la diferencia entre un proceso fluido y un fallo costoso.

Maturana advierte que el DTD también se manifiesta en microcortes y lentitudes que no siempre quedan registradas como incidentes formales, pero que obligan a detener o degradar procesos. Cada minuto en el que una plataforma no responde, una transacción se congela o un sistema automatizado debe operarse manualmente termina acumulándose como una pérdida silenciosa.

2026: más tecnología, más presión sobre la red

A medida que se acerca 2026, la dependencia de la conectividad será todavía mayor. La adopción de servicios en la nube, inteligencia artificial, analítica avanzada e Internet de las Cosas incrementa de forma significativa la exigencia sobre las redes empresariales. En este contexto, la discusión para los líderes ya no gira en torno a si la conectividad fallará, sino al impacto económico de cada interrupción.

En Latinoamérica, y especialmente en Colombia, esta tensión se vive con mayor intensidad. Muchas empresas avanzan en digitalización mientras operan con enlaces saturados, redes internas mal dimensionadas o contratos sin acuerdos claros de nivel de servicio. Esa brecha entre lo que prometen las tecnologías y lo que realmente soporta la infraestructura termina convirtiéndose en uno de los principales frenos para la competitividad.

“La baja latencia y la estabilidad ya no son atributos deseables, son requisitos mínimos”, señala Maturana. Sectores como fintech, telemedicina o automatización industrial dependen de redes capaces de sostener pagos en tiempo real, videoconferencias clínicas o cadenas de producción robotizadas sin interrupciones.

No es velocidad, es arquitectura

Uno de los errores más frecuentes es reducir la discusión al ancho de banda contratado. El problema de fondo suele estar en la arquitectura que sostiene la red. En servicios no dedicados o de “mejor esfuerzo”, la congestión y los microcortes son frecuentes, aunque no siempre visibles en los reportes técnicos.

De acuerdo con Maturana, muchas organizaciones siguen administrando la conectividad como si fuera una factura más de servicios públicos, cuando en realidad debería gestionarse como un activo estratégico. Las empresas con redes modernas, basadas en fibra óptica, enlaces dedicados y gestión inteligente del tráfico, son las que mejor aprovechan las nuevas herramientas digitales.

El punto de quiebre suele llegar cuando el cliente pone sobre la mesa cuánto le cuesta una hora detenido. En ese momento, una conexión dedicada con soporte 24/7 deja de verse como un lujo tecnológico y se entiende como un seguro frente a pérdidas que ya están ocurriendo. De cara a 2026, el reto será que las empresas asuman la conectividad como parte de su política de gestión de riesgos y no como un gasto flexible.

Digna Irene Urrea

Digna Irene Urrea

Comunicadora social y periodista apasionada por las buenas historias, el periodismo literario y el lenguaje audiovisual. Aficionada a la tecnología, la ciencia y la historia.

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