Los números más recientes de la Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC) vuelven a poner sobre la mesa una pregunta que parece vieja, pero no lo es: ¿qué lugar ocupa hoy la televisión abierta en un ecosistema digital donde el streaming domina las conversaciones? El último Data Flash sobre la programación del segundo semestre de 2024 ofrece un retrato curioso: la TV abierta sigue apostándole, en un 81,1%, a los contenidos familiares.
Esta predominancia confirma que los canales prefieren no arriesgar demasiado y se refugian en lo seguro: formatos que puedan reunir a varias generaciones frente a la pantalla. Sin embargo, detrás del dato también se lee otra cosa: la televisión abierta todavía cumple una función de cohesión cultural que plataformas globales difícilmente replican. Allí, lo local no es un filtro, sino la esencia.
Uno de los hallazgos más relevantes es la persistencia de la producción nacional. El 81,7% de la parrilla provino de contenidos hechos en el país, con un liderazgo de los canales regionales, que llegaron al 85,3%. En medio de un mercado donde Netflix, Prime Video y Disney+ dictan tendencias globales, la televisión abierta colombiana parece resistir con historias propias, incluso si no siempre alcanzan la calidad técnica de los gigantes internacionales.
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El informe también señala un retroceso en la programación infantil, que cayó un 6,9% respecto al mismo semestre de 2023. Este descenso no es un detalle menor: mientras más niños consumen contenidos en YouTube o TikTok, la televisión abierta pierde un público clave para su futuro. La apuesta familiar se fortalece, pero los más pequeños migran cada vez más a entornos digitales no regulados, donde la protección de la audiencia infantil es mínima.
Otro frente analizado es la accesibilidad. El 75,5% de la programación incluyó sistemas de apoyo para población sorda o hipoacúsica, la mayoría mediante closed caption. Aunque la cifra muestra avances, el reto es evidente: menos del 10% usó lengua de señas, lo que limita la experiencia plena de quienes dependen de ella. La inclusión existe, pero aún se siente parcial.
El papel de los espacios institucionales merece mención aparte. Durante el semestre, los canales emitieron en promedio 34 horas de este tipo de contenidos, en su mayoría relacionados con educación, cultura e información pública. Aunque su peso en la parrilla no es masivo, siguen funcionando como recordatorio de que la televisión abierta no solo entretiene, también cumple una función ciudadana y pedagógica.
Si algo revela el informe es la tensión entre tradición y adaptación. Los canales nacionales privados continúan sosteniendo franjas con apuestas seguras, mientras el canal público alcanza niveles casi totales de accesibilidad. En contraste, los canales locales enfrentan reducciones importantes en programación familiar y dificultades para competir en calidad frente a las opciones digitales.
Pero la paradoja más interesante está en la audiencia. La televisión abierta no se mide en likes ni en algoritmos; su lógica sigue siendo la del acceso universal. Eso explica por qué, pese a las caídas en franjas específicas, aún concentra su energía en lo que puede reunir a la mayor cantidad de personas, incluso si la competencia tecnológica parece insalvable.
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Para el usuario digital, el informe puede sonar lejano. Sin embargo, su impacto es real: mientras las plataformas de streaming personalizan hasta el exceso, la televisión abierta sigue siendo el espacio común donde la conversación social encuentra un punto de encuentro. Esa diferencia puede marcar, en los próximos años, la frontera entre lo que se consume de forma individual y lo que aún nos permite hablar en plural.
La CRC, al publicar estos datos, no solo rinde cuentas sobre cuotas de programación. También pone en discusión qué significa hoy tener una televisión abierta en un país con alta penetración de internet y consumo móvil. ¿Será suficiente con sostener la producción nacional y garantizar accesibilidad parcial? ¿O la televisión abierta deberá reinventarse para no quedar atrapada en su propio refugio familiar?
Más allá de la estadística, la lectura del informe plantea un dilema cultural: la televisión abierta sigue viva, pero entre la resistencia y la rutina. Su valor no está en competir con el streaming, sino en preservar un terreno común donde la identidad local y la conversación social todavía tienen cabida.