Colombia vive una carrera silenciosa, pues, mientras el mundo busca nuevas fuentes de energía limpia, el país empieza a moverse con fuerza en un terreno que hasta hace poco sonaba lejano: el hidrógeno. En menos de dos años, los planes se transformaron en obras reales.
Ecopetrol alista su primera planta comercial de hidrógeno verde en Cartagena y otros 36 proyectos avanzan en distintas regiones del país. Todo esto suena prometedor, pero también urgente. El reloj ya empezó a correr y las decisiones que se tomen ahora definirán si Colombia logra ser protagonista o se queda viendo cómo otros se adelantan.
El auge del hidrógeno llega en un momento clave. La red eléctrica del país está bajo presión. Las ventas de vehículos eléctricos crecieron más del 200 % en el último año, pero la matriz energética sigue dependiendo en gran parte de la hidroeléctrica.
Cuando llegan las temporadas secas, el sistema se vuelve vulnerable. Ahí es donde el hidrógeno verde podría jugar un papel decisivo: almacenar energía limpia y liberarla cuando la generación tradicional no alcance. Es, en teoría, una pieza que puede sostener la transición hacia la movilidad eléctrica sin comprometer la estabilidad de la red.
Pero hay un giro que puede cambiar por completo el panorama. En julio de 2025, geólogos confirmaron la existencia de depósitos naturales de hidrógeno blanco en la Cordillera Oriental y en las cuencas del Sinú–San Jacinto. Este tipo de hidrógeno, que se genera naturalmente bajo la tierra, es raro y muy valorado por su bajo impacto ambiental y sus costos reducidos.
Colombia sería el primer país en Latinoamérica en confirmar reservas de este tipo, algo que le da una ventaja competitiva poco común en la región. Si los estudios confirman su viabilidad comercial, podría abrirse una nueva industria energética, capaz de atraer inversión extranjera y convertirnos en un proveedor global.
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Sin embargo, la oportunidad no está garantizada. Las reglas del juego todavía no están del todo claras. La Estrategia Nacional de Hidrógeno 2.0 definió una hoja de ruta para el desarrollo del sector, pero aún faltan detalles sobre incentivos fiscales, infraestructura portuaria y políticas para la exportación.
Esa falta de definición genera incertidumbre. Los inversionistas necesitan certezas para comprometer capital, y el tiempo que se demoren esas decisiones puede ser el mismo que aprovechen otros países para adelantarse.
Esa tensión entre urgencia y planeación está marcando el ritmo del mercado. En medio de esa dinámica, surgen actores que buscan ofrecer soluciones rápidas. Uno de ellos es Arches, una firma que acaba de abrir oficina en Bogotá con la idea de conectar capital global con conocimiento local.
Su apuesta es ofrecer información actualizada y análisis en tiempo real para quienes buscan invertir antes de que el panorama cambie. “La información lo es todo en un mercado que se mueve tan rápido como el del hidrógeno”, afirma su CEO, Hiroki Kato. No se trata solo de tener dinero, sino de saber exactamente cuándo moverse.
La competencia internacional es fuerte. Brasil ya avanza con proyectos de gran escala, Europa tiene marcos regulatorios más definidos y Japón continúa liderando el desarrollo tecnológico. Aun así, Colombia combina tres factores que pocos países pueden igualar: energía renovable abundante, costos competitivos y ahora, reservas naturales con potencial global. El desafío está en convertir esas ventajas en una política coherente que no se quede en los anuncios.
El hidrógeno ya no es una promesa ni un concepto futurista. Es una industria que está tomando forma y que podría redefinir la economía energética del país. Pero las oportunidades no esperan. Si Colombia quiere jugar en la primera liga, necesita moverse con decisión, atraer inversión y asegurar reglas claras para todos los actores. De lo contrario, esta ventana, que hoy parece tan abierta, podría cerrarse antes de que logremos cruzarla.