Opinión | Cuerpos en línea

Por: Tatiana Castañeda, docente de psicología del Politécnico Grancolombiano

Hoy, muchas jóvenes construyen su imagen corporal bajo la influencia constante de algoritmos. Las redes sociales no solo muestran cuerpos, los moldean. En ese entorno digital, la comparación se vuelve inevitable y la insatisfacción, casi automática. Esto resume lo que muchas jóvenes viven hoy: una lucha silenciosa entre su cuerpo real y el cuerpo que creen que deberían tener, según lo que ven en redes sociales.


Como psicóloga, he trabajado con adolescentes que enfrentan trastornos de la conducta alimentaria (TCA), y puedo decir con certeza que la tecnología está jugando un papel cada vez más determinante en cómo se construyen (y se destruyen) las percepciones corporales. Las redes sociales no solo muestran cuerpos, los moldean, los jerarquizan y los convierten en moneda de validación.

En una investigación reciente investigación que realicé gracias a la alianza entre el Politécnico Grancolombiano y la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria de la Clínica de Inmunología y Genética (CIGE) de Medellín, encontramos que el 48% de las pacientes con TCA identificaban la insatisfacción corporal como el principal detonante de su trastorno.

¿Y qué alimenta esa insatisfacción? En muchos casos, la exposición constante a imágenes idealizadas, filtradas y editadas que circulan en plataformas como Instagram, TikTok y Pinterest. La belleza se ha vuelto algoritmo, y el cuerpo, un proyecto de edición infinita.

Lo más preocupante es que estas plataformas no solo muestran contenido, lo priorizan. Si una joven interactúa con perfiles de modelos o influencers, el sistema le mostrará más de lo mismo. Es una cámara de eco visual que refuerza estereotipos y excluye la diversidad. La delgadez extrema se presenta como éxito, la piel perfecta como salud, y la validación digital como autoestima.

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En la muestra clínica que analizamos, el 68% de las pacientes reportaban seguir patrones restrictivos en su alimentación, y el 49% presentaban conductas de atracones. Muchas de ellas habían intentado bajar de peso con pastillas o dietas extremas, influenciadas por retos virales o consejos de “gurús” digitales. La tecnología, lejos de ser solo una herramienta, se ha convertido en un detonante silencioso de conductas de riesgo.

Además, el 35% de las pacientes mencionaron ideación suicida, y el 34% habían intentado suicidarse. Los principales detonantes: desregulación emocional, comentarios críticos sobre su apariencia y conflictos familiares. Pero detrás de esos factores, muchas veces hay una pantalla que amplifica el malestar, que compara, que exige, que nunca descansa.

No se trata de satanizar la tecnología. De hecho, en el mismo estudio, vimos que un modelo de intervención interdisciplinaria (que incluye psicología, nutrición, medicina y psiquiatría) puede lograr tasas de remisión superiores al promedio internacional. Pero para que estos tratamientos sean efectivos, necesitamos entender que el entorno digital también debe ser intervenido.

Sé que la prevención empieza por reconocer que los TCA no son solo una cuestión de comida, sino de identidad, de imagen, de presión social. La tecnología puede ser aliada, pero también puede ser espejo distorsionado. Si no enseñamos a mirar con criterio, muchas jóvenes seguirán viéndose con ojos ajenos, creyendo que su valor depende de un filtro, de un número en la balanza o de un algoritmo que nunca las muestra tal como son.

En este contexto, también es urgente repensar el papel de los influencers y creadores de contenido. Muchos de ellos, sin formación en salud, promueven dietas extremas, productos milagrosos o rutinas de ejercicio que no solo son ineficaces, sino peligrosas. La viralización de estos mensajes, amplificada por algoritmos que premian lo llamativo sobre lo responsable, contribuye a normalizar conductas que pueden derivar en trastornos graves. La regulación de este tipo de contenidos debería ser parte de la conversación sobre salud digital.

Imagen: Generada con IA / ChatGPT

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