Los cargadores rápidos de vehículos eléctricos, vistos como símbolo de progreso y sostenibilidad, esconden una realidad menos conocida: son puntos de alta contaminación. Un estudio de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) reveló que estos sitios concentran el doble de partículas finas que los niveles urbanos habituales, lo que los convierte en una amenaza silenciosa para la salud.
El hallazgo plantea una paradoja. Mientras los autos eléctricos representan un respiro frente al humo de los motores de combustión, los lugares donde se recargan pueden convertirse en microzonas peligrosas. En algunas estaciones, las mediciones alcanzaron picos de hasta 200 microgramos por metro cúbico de partículas finas, niveles que superan con creces los umbrales seguros para la respiración humana.
Los investigadores detectaron que no es la electricidad en sí la culpable, sino los sistemas de ventilación de los cargadores rápidos. Estos equipos, al enfriarse, levantan el polvo depositado en el suelo, rico en restos metálicos de frenos y neumáticos. El aire que rodea los armarios de carga se convierte así en un cóctel invisible que afecta directamente a quienes esperan junto a su vehículo.
La exposición a partículas finas, conocidas como PM2.5, está asociada con enfermedades respiratorias, cardiovasculares y daños en el sistema nervioso. Según la Organización Mundial de la Salud, no existe un nivel seguro de estas partículas. Respirarlas incluso por lapsos cortos puede agravar cuadros de asma, generar inflamación pulmonar y aumentar el riesgo de ataques cardíacos.
El profesor Yifang Zhu, autor principal del estudio, aclara que los cargadores rápidos no deben ser vistos como villanos, sino como sistemas que requieren ajustes técnicos. Instalar filtros o rediseñar los ventiladores podría reducir de manera significativa la dispersión de polvo. “Es una oportunidad de ingeniería que debemos aprovechar antes de que la infraestructura crezca sin control”, explicó.
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La buena noticia es que el área afectada es pequeña. A pocos metros de distancia, las concentraciones caen a niveles normales, similares a los de cualquier calle transitada. Sin embargo, el riesgo inmediato recae en los conductores que esperan la recarga. Permanecer dentro del vehículo con el aire acondicionado encendido o buscar un espacio cerrado cercano puede disminuir la exposición.
En Los Ángeles, donde se desarrolló la investigación, los niveles de fondo de PM2.5 rondan entre 7 y 8 microgramos por metro cúbico. En autopistas se elevan a 10 u 11, y en gasolineras llegan a 12. Los cargadores rápidos alcanzan un promedio de 15, lo que los ubica como focos comparables —e incluso peores— a algunas estaciones de gasolina tradicionales.
Este hallazgo abre un debate sobre la transición energética. Si bien los autos eléctricos son clave para reducir emisiones globales, su ecosistema también debe ser evaluado con rigor. De lo contrario, el remedio podría esconder efectos secundarios que comprometen la salud de quienes más apuestan por la movilidad limpia.
Los investigadores de la UCLA ampliarán las pruebas a 24 sitios adicionales para comparar gasolineras y estaciones de carga. El objetivo es comprender mejor los riesgos y diseñar soluciones. Lo cierto es que cada kilómetro ganado en sostenibilidad no puede hacerse a costa de la salud inmediata de los ciudadanos.
Imagen: Archivo ENTER.CO