Tres lecciones erráticas del ecosistema de emprendimiento

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En el marco de YLAI, programa en el que participé como representante de la delegación Colombia en 2018, asistí a un taller dictado por el destacado profesor de negocios Michael Goldberg. Su Massive Online Open Course (MOOC) y su libro ‘Beyond Silicon Valley’ se pueden encontrar en Internet de manera gratuita, un obligado para saber cómo motivar a los emprendedores que, desde diferentes rincones del planeta, están buscando entornos más fértiles para la creación y consolidación de sus emprendimientos. Una de mis reflexiones del taller, y primera lección a desvirtuar fue que, pese a que el emprendimiento se ha convertido en un lenguaje global, no se pueden simplificar el fenómeno Silicon Valley y adaptarlo a cualquier lugar del mundo.

Por: Santiago Páez Giraldo.

La reputación, bien merecida, de este lugar tiene atributos únicos que le hacen un modelo limitado y difícilmente replicable, por tanto pretender crear ‘Silicons Valleys’ a diestra y siniestra es un error inocente de principiantes. Tomar este tipo de referentes puede ser útil pero también es una trampa mental y un atajo metodológico. Resulta imposible ser un conoisseur de este caso con apenas unos clics en Internet y luego pretender armar un retazo de factores clave de éxito que debe tener en cuenta el ecosistema de cualquier lugar para ser el nuevo Valley.

La fatídica oda al fracaso

Poco después, luego de este viaje por Estados Unidos, he tenido la oportunidad de asistir a conferencias sobre emprendimiento auspiciadas por el Gobierno. En todas me he encontrado con que altos funcionarios replican un desafortunado mensaje: fracasar es un paso para el éxito, segunda lección a desvirtuar. Recuerdo con claridad la entrada en el blog de un experto en la materia que tituló ‘La fatídica y desafortunada oda al fracaso’. Proponía un análisis relevante para diferenciar un fracaso de un error. Entender ambos nos llevaría tanto a dar un impulso cultural para perder el miedo a emprender, así como para evitar comprometer la asignación, irresponsable, de recursos públicos o privados a personas que ya no tienen la noción de la transitoriedad de un error ni de lo definitivo que puede ser fracasar.

¿Esto será una opinión o una sensación generalizada? Escribí en mis redes sociales: “El ecosistema de emprendimiento en Colombia padece un mal: la oda al fracaso”; las réplicas no se hicieron esperar. Expertos, empresarios y emprendedores reafirmaron esta noción. A los emprendedores se les debe animar a iniciar proyectos, a buscar soluciones innovadoras para las necesidades de nuestro mercado, alentarlos incluso a fallar al mejor estilo Thomas Edison encontrando las ‘10 mil formas’ en que una idea no funciona, pero en ningún caso seguir incentivando el fracaso como una condición ‘sine qua non’ llegarán a ser exitosos. Recordemos el famoso refrán de perder una batalla pero no la guerra.

La financiación no es la panacea

Finalmente, esta semana leí una noticia de un reconocido periódico de circulación nacional que preguntaba ¿cómo financiar su emprendimiento? y respondía con los siguientes: prestamista con garantía de cumplimiento; inversionista que busca tasas de crecimiento altas y de forma acelerada; iniciativas estatales de entidades como Innpulsa, Bancoldex, Sena y Finagro; iniciativas privadas como Bancolombia y Fundación Bavaria; aceleradoras como Wayra, NXTP Labs, HubBogotá y Creame y, finalmente, créditos de instituciones como Banco Caja Social, Procredit, Corporación Minuto de Dios, Coomeva, entre otros. En esa lectura me di cuenta de que los medios de comunicación están replicando mensajes erróneos sobre la financiación de proyectos de emprendimiento, la última lección a desvirtuar.

Creer que las brechas de financiación existen entre el emprendimiento en etapa temprana y el capital de bancos, inversionistas y entidades promotoras, es verdadero, pero no del todo cierto. En etapa temprana sobresale la brecha de mercado o market fit. Aprendí, gracias al entrenamiento de YLAI, que en EE. UU. casi el 60% de las startups se financia a través de ahorros personales y de la generación propia de recursos vía las ventas a clientes, familia y amigos, también conocido como bootstrapping. Hay quienes critican el impacto de los programas (públicos o privados) de emprendimiento y existe el riesgo de que estos recursos valiosos migren a ciudades que los están apropiando mejor; no es casualidad que en Colombia, luego de tantos años y esfuerzo por promover emprendedores, sólo contemos un ‘unicornio’: Rappi.

¿Conclusiones?

En suma, debemos reenfocar nuestros esfuerzos para crear clusters de talla mundial que respondan a las necesidades del mercado teniendo en cuenta todas las variables locales y las condiciones especiales de nuestro país, no del lugar más icónico del planeta en la materia. Adicionalmente, incentivar el emprendimiento es sacar lo mejor de cada persona detrás del proyecto, impulsarla a cumplir sus sueños. No es un discurso de éxitos y fracasos sino más bien un método científico para la materialización de ideas y el camino para hacerlas sostenibles. Finalmente, la inyección de capitales provenientes de bancos, entidades de apoyo, Estado y otros privados debería incentivar los motores de crecimiento, asignar recursos de manera anticipada es irresponsable, como jugar póker.

Imagen: Ridofranz (vía iStock).

Colaboradores ENTER.CO

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