En apenas dos años, World ha logrado escanear y verificar el iris de más de 14 millones de personas en 160 países. Con presencia creciente en América Latina, Colombia entre los líderes con casi dos millones de usuarios verificados, esta plataforma promete construir una “red de humanos reales” en medio del caos de la inteligencia artificial y los perfiles falsos.
La propuesta es, en apariencia, simple, demostrar que eres humano escaneando tu iris, obtener un World ID único e intransferible, y acceder a una serie de servicios digitales seguros. World App, la superaplicación del proyecto, permite realizar transacciones, conectarse solo con humanos verificados, recibir beneficios y hasta participar en juegos o plataformas de citas. Detrás de todo esto está Sam Altman, el creador de OpenAI y una de las figuras más poderosas del actual ecosistema tecnológico global.
Pero bajo esta fachada de autenticidad y seguridad, hay preguntas de fondo que aún no tienen respuestas claras: ¿qué significa entregar tu identidad biométrica a una empresa privada?, ¿qué consecuencias tiene convertir el iris humano en moneda de acceso digital?, ¿quién vigila a quienes ahora pueden “certificar” nuestra humanidad?
El iris como frontera de control
World no pide tu nombre, ni tu dirección, ni tu número de teléfono. Pide algo más íntimo: la estructura interna de tu ojo. La promesa de que estos datos no se almacenan, que se procesan de forma segura y anónima, no es suficiente cuando hablamos de un identificador físico único, imposible de cambiar o revocar. Si una filtración ocurre o si el sistema es hackeado en el futuro, el daño sería permanente.
El problema no es solo técnico, es filosófico: estamos en manos de quienes diseñan los filtros que deciden quién es “real” en Internet. Si esa verificación se convierte en un estándar para acceder a plataformas, servicios, redes o incluso recursos económicos, el World ID podría transformarse en un sistema de exclusión global encubierto.
La paradoja es evidente. Mientras la inteligencia artificial borra los límites entre lo humano y lo sintético, World pretende restaurarlos… pero lo hace desde el mismo centro de poder que los está difuminando. ¿Qué sucede cuando quienes desarrollan la IA más potente también controlan la única manera de demostrar que no somos IA?
¿Tecnología liberadora o nueva forma de dependencia?
En países del sur global, World se presenta como una herramienta de inclusión. En Colombia, por ejemplo, el escaneo del iris puede habilitar a una persona sin historial crediticio a usar servicios financieros, recibir criptorecompensas, o interactuar en plataformas digitales con mayor seguridad. Pero estas promesas también pueden volverse una trampa: depender de una empresa privada extranjera para validar nuestra existencia digital es, en sí, una nueva forma de dependencia.
World no es solo una app. Es el intento de construir una infraestructura paralela a Internet, donde la identidad se verifica desde una lógica centralizada, opaca y sin supervisión pública. Hoy es una alternativa. Mañana podría ser el requisito.
Hay ventajas, sí. Combatir el fraude, los bots, las suplantaciones y el caos informativo es urgente. Pero eso no debería implicar renunciar al control sobre nuestros cuerpos ni entregar a unos pocos el poder de definir quién tiene derecho a “ser humano” en el espacio digital.
El debate no puede quedarse en la superficie. La pregunta real no es si World funciona, sino a qué costo estamos dispuestos a validar nuestra humanidad.
Imagen: World