Albania acaba de nombrar a una inteligencia artificial como ministra. Su nombre es Diella, significa “luz del sol” en albanés, y tendrá la misión de vigilar las contrataciones públicas para garantizar transparencia. El anuncio no es menor: se trata del primer país que otorga rango ministerial a un software.
La idea la presentó el primer ministro Edi Rama, quien aseguró que Diella gestionará licitaciones “100% incorruptibles”. En un país donde la corrupción ha sido una herida abierta por décadas, apostar por un algoritmo como árbitro de los recursos públicos es tanto un acto de fe como una estrategia política de alto impacto.
El experimento responde también a una necesidad de imagen internacional. Albania aspira a entrar en la Unión Europea hacia 2030, y la transparencia es un requisito clave. Con Diella, el gobierno no solo busca limpiar procesos internos, sino enviar un mensaje al bloque comunitario: el país está dispuesto a innovar radicalmente para cumplir con los estándares europeos.
When Diella speaks, charts listen. $DIELLA AI supremacy!
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Tg: https://t.co/JjdodfjGuN https://t.co/f219NStTio
— Diella AI Minister (@shireyz1) September 11, 2025
Un avatar digital con poder político
Diella no es solo un sistema invisible que corre en servidores. Tiene un avatar femenino de mediana edad vestido con traje tradicional, diseñado para humanizar a la máquina y facilitar su aceptación entre los ciudadanos. De alguna forma, Albania no solo creó un programa, sino un personaje político con rostro y nombre.
El movimiento rompe el molde de iniciativas previas en otros países. Ucrania, por ejemplo, presentó en 2024 a Victoria Shi, una portavoz virtual que leía comunicados oficiales. Albania va más lejos: convierte a la IA en parte del gabinete. Con ello, abre una puerta inquietante: si hoy gestiona licitaciones, ¿mañana podría diseñar políticas públicas o incluso aspirar a la presidencia, como insinuó el propio Rama?
Nombrar a una IA ministra, sin embargo, plantea interrogantes de fondo. Las máquinas no son incorruptibles por definición: dependen de los datos con los que se entrenan y de quienes diseñan sus algoritmos. Si el sistema hereda sesgos o es manipulado desde dentro, el resultado puede ser tan cuestionable como el de un humano.
A esto se suma un dilema central: la responsabilidad política. Si Diella comete un error o favorece a un contratista de manera injusta, ¿a quién se señala? La democracia se sostiene en la rendición de cuentas, pero un software no puede comparecer en el Parlamento ni responder ante la justicia.
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Tampoco se pueden ignorar los riesgos de ciberseguridad. Un ataque dirigido contra Diella podría poner en jaque procesos multimillonarios y, de paso, la credibilidad de todo el experimento. En lugar de blindar la corrupción, un sistema vulnerable podría abrir una nueva puerta para prácticas indebidas.
Más allá de la novedad, el caso albanés obliga a reflexionar sobre el papel de la IA en el gobierno. En un mundo donde la confianza en los políticos se erosiona, ¿podrán los ciudadanos depositar más fe en algoritmos que en personas? ¿o el remedio resultará más opaco que la enfermedad?
Albania decidió arriesgarse con un modelo de “ministra virtual” que puede marcar un precedente global. Si funciona, Diella podría convertirse en un emblema de modernización. Si falla, pasará a la historia como la prueba de que la inteligencia artificial aún no está lista para asumir los dilemas humanos de la política.