Netflix y la insoportable levedad de nuestra era

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La escena me parece patética. Es el episodio quinto de The Crown, la serie más costosa de la televisión actual, y el esposo de la intrascendente reina Isabel II –la que aún está en el trono en Inglaterra– comienza una presentación ante el comité que va a organizar la ceremonia de coronación de su esposa con estas palabras: “Todos comprendemos la magnitud del reto al que nos enfrentamos. Todo el mundo nos estará mirando. Gran Bretaña estará expuesta”

En otro contexto él solo estaría haciendo el ridículo por grandilocuente. Pero es 1952, y entre los miembros de ese comité está Winston Churchill, el hombre que apenas 10 años antes había evitado que Europa se derrumbara ante el avance arrollador de la guerra relámpago Nazi (la Blitzkrieg). Y aunque la escena no le da mayor importancia a Churchill, porque él es un personaje secundario en esta serie, me pregunto qué habrá pensado al escuchar esas palabras.

Churchill, que combatió en la I Guerra Mundial, que lideró la Inglaterra que enfrentó prácticamente sola a Alemania al comienzo de la II Guerra Mundial –cuando media Europa ya había caído en las manos de Hitler–, que mantuvo alta la moral de los ingleses cuando Alemania bombardeó Londres durante 56 días seguidos, que tenía un cerebro tan privilegiado que recibió el Nobel de Literatura por sus escritos sobre historia pese a que empezaba a beberse su botella diaria de Johnnie Walker desde el desayuno, ese Churchill, el real y no el de esta serie, debe haberse sentido ultrajado al escuchar al pelmazo ese hablar sobre la magnitud del reto que significaba una ceremonia de coronación.

Y en ese momento me pregunto qué carajos hago viendo esta serie de Netflix, que se enfoca en las trivialidades de los triviales reyes ingleses del último siglo. La razón es que me gusta la historia, pero por eso mismo perdí varias horas viendo otra serie, Victoria, porque pensé que se concentraría en cómo esta brillante reina inglesa consolidó su país como el mayor imperio en la historia de la humanidad (“el imperio en donde no se pone el sol”). Pero la serie se enfoca en los devaneos de adolescente de Victoria y en una sosa historia de amor, quizás porque eso tiene más audiencia… Y no puedo evitar pensar que la levedad de nuestra era me rompe los huevos.

Lo que me molesta es que estas series están moldeando la cultura de nuestra época y definiendo los héroes que se van a admirar. Porque, como mucha gente ahora no lee libros, las series históricas de Netflix o HBO son posiblemente la biblioteca de Alejandría de nuestro tiempo, y se están enfocando en personajes sin importancia o en episodios intrascendentes de algunas vidas. ¿No era más interesante una serie sobre Churchill? Una amiga me dijo que había visto The Crown y Churchill le había parecido un viejo senil e insoportable. Creo que ella no sabe que el Churchill de casi 80 años que pinta esta serie no tiene nada que ver con el hombre que a los 70 años salvó al mundo de caer en las garras del fascismo, pero en su mente se va a quedar con el primero.

¿Por qué los protagonistas de estas series no son Mandela, Aníbal, Alejandro Magno o Gandhi? Me pregunto si parte del problema no estará en los mandatarios a los que el mundo se ha acostumbrado en las últimas décadas. Personajes sin grandeza en una era liviana. En ellos hay poco que admirar.

Ya no admiramos el carácter porque ahora es más importante ser popular, a lo Maluma, como si nuestras vidas se hubieran convertido en un reality baboso.

O quizá ya ni siquiera sabemos qué admirar. Ya casi no admiramos la inteligencia porque nos cuesta percibirla con nuestras mentes adormiladas por las irrelevancias de Facebook y Twitter. Ya no admiramos la bondad porque los líderes de nuestra era egoísta y miserable nos piden revolcarnos en el estiércol del odio en lugar de seguir el ejemplo de Gandhi o Martin Luther King.  Ya no admiramos el carácter porque ahora es más importante ser popular, a lo Maluma, como si nuestras vidas se hubieran convertido en un reality baboso. Ya no admiramos la valentía porque nunca vemos a un general en la primera línea de combate, sino detrás de un escritorio.

Y eso me hace pensar en los reyes de antes. Me imagino a Alejandro Magno sobre su caballo antes de la batalla de Gaugamela. ¿Qué sentirá uno frente a un ejército enemigo mucho más numeroso que exhibe sus espadas, flechas y lanzas, sabiendo que uno no se va a escudar detrás de sus soldados, sino que va a dirigir la carga principal de caballería, en la primera línea de combate, como Alejandro siempre hacía? Liderando su ejército de 47 mil macedonios contra 250 mil persas, no diciendo “avancen” sino “síganme”, con solo 25 años, antes de derrotar al mayor imperio de su tiempo.

Y pienso en la determinación de Aníbal, que atravesó los Alpes con su ejército africano y sus elefantes para sorprender a Roma por la puerta trasera y salvar a su amada Cartago de la tiranía de ese imperio. O en la valentía de Gandhi, que convenció a los indios de desobedecer las leyes injustas de los ingleses, pero al mismo tiempo aceptar su represión sin devolver los golpes. O en la fuerza interior de Mandela, que pasó 27 años preso, pero rechazó las ofertas del gobierno de liberarlo cuando a cambio le pidieron dejar su lucha contra el apartheid en Suráfrica. O en el coraje del rey Leónidas, que durante tres días enfrentó con 300 espartanos a 200 mil persas en una batalla suicida en el estrecho de las Termópilas. Y luego veo a Isabel II en el televisor… Y lo apago.

 Imágenes: iStock

Javier Méndez

Javier Méndez

A mediados de los años 80 tuve un paso fugaz por la facultad de ingeniería de sistemas de la Universidad de los Andes, pero me tomó pocos meses descubrir que escribir código era mucho menos apasionante que escribir artículos. Desde entonces pienso que la tecnología es más divertida cuando se la disfruta desde afuera que cuando se la sufre desde adentro. Y aunque mis primeros pasos en el periodismo los di en la sección deportiva de El Tiempo, era cuestión de tiempo para que aterrizara en el mundo de la tecnología. Llevo 30 años escribiendo sobre tecnología, primero en El Tiempo, y ahora en la revista ENTER y EmpresarioTek.co. Puede seguirme en Twitter en @javiermendezz

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6 comments

  • Javier: cuando la opinión pasó a ser más importante que la razón factual, comenzó este desbarajuste conceptual a todo nivel, no solo en los productos culturales. La gente prefiere pensar que tiene la razón por su opinión antes que por una razón comprobada, algo que terminó de afirmar los mediocres sistemas de educación generalizados, antes que pensar, comprobar y defender sobre la ignorancia.

  • Un buen señalamiento de la pereza mental de nuestro tiempo, de nuestra generación que prefiere que la hagan sentir antes de que la hagan pensar.

  • Creo que es el factor que vende este tipo de producciones, pero eso no es razón para no aprovechar y de paso dar protagonismo a personajes importantes de la historia y sus actos. Supongo que ya existen producciones que resalten el papel de Churchill y otros mencionados por el autor, esto simplemente tiene un enfoque distinto. Nota: No he visto la serie de la cual se hace mención ni conocía los datos presentados por el autor del articulo, me parece interesante su anotación.

  • A veces me pasa lo mismo cuando veo las insulsas críticas de que esta publicación hace. La referencia a la obra del eterno nominado al nobel está a la altura, no por su estética literaria, mas por el riesgo de tomar una verdadera posición crítica.

  • Lo diré le pegó al perrito,nuestra capacidad de discernimiento se fue a la mier.. y el ansia de evasión hace que consumamos mas y mas basura y de peor calidad.

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