Del machete al simulador: el SENA impulsa la mayor actualización tecnológica rural

En el país hay un dato que pocas veces se menciona: uno de cada tres colombianos —14,6 millones— se reconoce como campesino, pero la mayoría aprende oficios agrícolas por tradición y sin acceso a herramientas modernas. Esa brecha se refleja en otra cifra clave: solo el 30% del sector agropecuario utiliza tecnologías avanzadas, según el Ministerio de Agricultura. Por su parte, Brasil supera el 60% de adopción tecnológica, lo que evidencia cuánto terreno queda por recorrer para modernizar la productividad rural en Colombia.

Es por eso, que el SENA está implementando una estrategia relacionada con la formación con simuladores inmersivos basados en realidad virtual y tecnología háptica. No se trata de una adaptación superficial, sino de un modelo diseñado específicamente para contextos rurales, donde la conectividad es limitada, el acceso a maquinaria es escaso y la distancia entre veredas complica cualquier proceso educativo tradicional.

La apuesta está cambiando las reglas, pues los instructores ahora llevan consigo equipos que replican labores agrícolas con precisión técnica: operación de herramientas, manejo seguro de insumos, transformación de alimentos y prácticas agroecológicas. El aprendizaje deja de ser teórico y se convierte en una experiencia interactiva donde cada persona puede practicar sin riesgo, equivocarse tantas veces como necesite y dominar tareas antes de enfrentarse al entorno real.

El impacto es medibl, ya que en zonas donde antes se requería maquinaria costosa o desplazamientos largos para entrenar a un grupo de productores, hoy basta un simulador para replicar cada escenario productivo. Un solo equipo puede capacitar a decenas de aprendices en una misma jornada, reduciendo tiempos, costos y exposición a accidentes, especialmente en labores catalogadas como de alto riesgo en el sector rural.

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Además, la tecnología inmersiva está dialogando con el territorio. Cada simulación se adapta a cultivos, climas y técnicas propias de cada región, lo que evita el error histórico de imponer modelos urbanos al campo. Esto ha permitido que comunidades campesinas —muchas por primera vez— accedan a procesos formativos con estándares equivalentes a los de sectores industriales.

Pero la innovación no se queda solo en formación; también fortalece la productividad. La repetición controlada de procedimientos mejora la precisión, reduce desperdicios y acelera la curva de aprendizaje en actividades esenciales para la economía campesina. En un país donde el agro aporta alrededor del 7% del PIB y sostiene la seguridad alimentaria, la tecnología se convierte en un habilitador estratégico.

El SENA está demostrando que modernizar el campo no exige esperar grandes infraestructuras: basta con llevar herramientas que hagan posible un aprendizaje significativo, replicable y seguro. La educación inmersiva no solo cierra brechas; redefine lo que significa formarse en el campo colombiano. Y esa transformación, basada en tecnología creada en el país, está empezando a sembrar un futuro distinto para millones de campesinos.

Imagen: Tanit Boonruen

Digna Irene Urrea

Digna Irene Urrea

Comunicadora social y periodista apasionada por las buenas historias, el periodismo literario y el lenguaje audiovisual. Aficionada a la tecnología, la ciencia y la historia.

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