Por: Ángela Julieta Mora, docente de la Escuela de Negocios y Desarrollo Internacional del Politécnico Grancolombiano
La educación superior está atravesando una transformación profunda. Más allá de la digitalización acelerada por la pandemia, lo que realmente está en juego es cómo enseñamos, cómo aprenden nuestros estudiantes y qué tipo de profesionales estamos formando. En este contexto, los nuevos modelos pedagógicos han comenzado a abrir nuevas posibilidades, especialmente en áreas donde la práctica y la toma de decisiones son fundamentales para el aprendizaje.
Desde el Politécnico Grancolombiano, donde lideré el estudio “La pyme y la empresa: un efecto en la nueva educación superior en Colombia”, hemos observado que, si bien estos nuevos modelos han sido ampliamente adoptados en disciplinas STEM, su integración en programas de negocios y economía aún es incipiente. Esto no se debe a falta de tecnología, sino a la necesidad de repensar los enfoques pedagógicos que guían su uso.
La educación empresarial no puede seguir basándose únicamente en la transmisión de contenidos. Necesita espacios donde los estudiantes puedan aplicar lo aprendido, tomar decisiones, equivocarse y reflexionar. Estos modelos, bien diseñados, permiten justamente eso: crear entornos de aprendizaje activos, donde la teoría se conecta con la práctica y el conocimiento se construye a partir de la experiencia.
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Más que una herramienta tecnológica, debe entenderse como una estrategia educativa. Su valor no está en el software que lo soporta, sino en su capacidad para generar aprendizajes significativos. Un entorno simulado puede ayudar a los estudiantes a comprender dinámicas complejas de negociación, logística y regulación.
Un modelo pedagógico de comercio internacional podría permitir que un estudiante en Bogotá negocie en tiempo real con un caso simulado en Asia, enfrentando barreras arancelarias, cambios de divisas y dinámicas logísticas reales. Un modelo de finanzas podría recrear crisis bursátiles y entrenar a futuros graduados para decidir bajo presión con dashboards interactivos. Pero ese aprendizaje solo ocurre si este está alineado con objetivos formativos claros y si el docente lo integra como parte de una secuencia pedagógica coherente.
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La clave está en el diseño educativo. No se trata de incorporar tecnología por moda, sino de hacerlo con propósito. Los nuevos modelos deben responder a preguntas pedagógicas esenciales: ¿qué competencias queremos desarrollar?, ¿cómo se relaciona esta experiencia con el perfil de egreso?, ¿qué tipo de retroalimentación recibirán los estudiantes? Solo así podremos garantizar que estas herramientas realmente potencien el aprendizaje.
En este proceso, el rol del docente es más relevante que nunca. No basta con tener acceso a plataformas o simuladores, se requiere una mediación pedagógica intencionada, que guíe la experiencia del estudiante, fomente la reflexión crítica y promueva el aprendizaje autónomo. Estos modelos no reemplazan al profesor, por el contrario, exigen de él nuevas competencias para diseñar experiencias significativas, acompañar procesos y evaluar más allá de los resultados inmediatos.
Además, es urgente que la investigación educativa acompañe este proceso. Necesitamos más estudios que evalúen su impacto en el desarrollo de habilidades como liderazgo, pensamiento crítico, análisis de datos o toma de decisiones. También necesitamos fortalecer los vínculos entre la academia y el sector productivo, para que los escenarios simulados reflejen los desafíos reales del entorno empresarial.
El futuro de la educación en negocios no se define por la cantidad de tecnología que usemos, sino por la calidad de las experiencias de aprendizaje que ofrecemos. Si logramos integrar los nuevos modelos como parte de una propuesta pedagógica sólida, estaremos formando profesionales más preparados, más reflexivos y más capaces de liderar en contextos complejos.
La tecnología, por sí sola, no transforma. Es la educación la que tiene el poder de hacerlo.