Saber programar no basta; en tecnología, las empresas valoran cada vez más a quienes combinan conocimiento técnico con capacidades humanas. La diferencia entre un buen desarrollador y uno excelente muchas veces está en cómo se comunica y trabaja con otros.
Explicar una idea compleja sin usar jerga. Resolver un conflicto en equipo. Defender una propuesta sin imponerla. Estas habilidades hacen parte del día a día en cualquier entorno de desarrollo. Y no se aprenden con tutoriales.
El tiempo también juega un papel clave. Cumplir entregas, priorizar tareas y mantener la calidad son desafíos que requieren organización. Un programador que sabe gestionar su tiempo aporta estabilidad al equipo.
La colaboración no es opcional. Cada proyecto necesita personas capaces de construir en conjunto. Leer código ajeno, recibir retroalimentación sin tomárselo personal y proponer soluciones conjuntas ya es parte del trabajo.
Saber adaptarse al cambio es igual de importante. Hoy se programa en un lenguaje, mañana en otro. La herramienta de moda se vuelve obsoleta en cuestión de meses. Aprender a aprender se convierte en una necesidad constante.
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Las entrevistas laborales no se centran solo en pruebas técnicas. Las empresas buscan perfiles con iniciativa, actitud positiva y pensamiento crítico. No importa cuántos lenguajes domines si no puedes trabajar bien con otros.
Los desarrolladores con habilidades blandas resuelven más rápido, aportan ideas distintas y crean mejores productos. No por ser más técnicos, sino por entender mejor a sus equipos, a los usuarios y a sus propios límites.
Por eso hay programas que ya no se enfocan solo en lo técnico. Enseñar a programar no es suficiente si el objetivo es formar profesionales listos para el mundo laboral. El aprendizaje tiene que incluir proyectos reales y trabajo con otras personas.
Holberton Coderise se basa en ese principio. Su modelo se construye sobre la práctica, la colaboración y la autonomía. En lugar de clases magistrales, los estudiantes trabajan en equipo, resuelven retos y revisan el trabajo de sus compañeros.
No hay títulos ni diplomas tradicionales. Lo que se obtiene es entrenamiento riguroso con estándares globales. Quienes pasan por sus programas salen con bases sólidas en desarrollo de software, pero también con confianza para liderar, presentar ideas o adaptarse a nuevos entornos.
Cada cohorte funciona como un equipo de trabajo real. No hay jerarquías. La metodología de “peer learning” obliga a dialogar, negociar, compartir errores y buscar soluciones colectivas. Se aprende haciendo y enseñando a otros.
Más allá de los lenguajes, las estructuras o los algoritmos, lo que se construye es una forma de pensar. Un profesional capaz de resolver, de escuchar, de crecer con cada desafío. Eso es lo que buscan hoy las empresas.
Y eso es lo que ofrece Holberton: no solo enseñar a programar, sino formar personas que pueden desenvolverse en un entorno tecnológico exigente, sin perder de vista lo esencial: saber trabajar con otros.
Imagen: Archivo ENTER.CO