Yo 1, el profe 0

Fue un semestre muy aburrido¿ mis primeras clases de Sistemas transcurrieron más lentamente que todo el resto del primero de bachillerato, porque en la sala de informática de mi colegio estaba prohibido encender los computadores. Antes había que desarrollar la primera parte del programa académico: aprender a convertir un número cualquiera al formato binario.

Para hacerlo ¿explicaba un profesor cuyo nombre borré de mi disco duro¿ se debía tomar el número en cuestión y dividirlo entre dos. Su representación binaria sería la secuencia de residuos de las divisiones sucesivas, o algo así. Eso significa que, si reproduje el procedimiento correctamente, el número 5¿726.328 debería convertirse en 10101110110000001111000. Al menos así lo confirma la calculadora de Windows.

Con todo respeto, profe ¿y espero que usted no recuerde quién soy yo de la misma manera en que yo no me acuerdo de su nombre¿, fueron los seis meses más inútiles de mi vida escolar.

Pasamos un semestre completo haciendo manualmente algo que el computador no necesitaba que un humano hiciera por él. Por usted, profe, estuve a punto de odiar la informática y tal vez hoy estaría escribiendo sobre economía o política¿ Sé que hay más de un lector que se lo hubiera agradecido, pero lo cierto es que no me veo escribiendo sobre otra cosa que no sea tecnología¿ al menos, no como mi tema preferido.

Afortunadamente, muchas cosas cambiaron el semestre siguiente ¿incluyendo al profesor de Sistemas¿ y la materia se volvió mucho más interesante: al fin pudimos abrir los maravillosos equipos Kaypro II, con pantalla monocromática de 9 pulgadas (disponible en verde o ámbar), 64 KB de RAM, procesador de 4 MHz y dos unidades de disquete de 180 KB. La tecnología era tan avanzada que al más pilo del salón por esa época le decíamos ¿Kaypro¿¿ ¿se acuerda, Rodríguez?

Escribí mis primeros comandos en CP/M, viví la transición a MS-DOS, comencé a hacer programas simples en Basic y a veces pedía aumento de mesada para comprar la revista Uno y Cero que ¿irónicamente¿ no venía escrita en formato binario.

Comprobé que echando a perder se aprende y que la mejor manera de perderle el miedo al computador es con un destornillador en una mano y varios manuales de instrucciones en la otra; en una palabra, ¿cacharreando¿. Me di cuenta de que no necesitaba convertir nada en unos y ceros para escribir cartas, copiar archivos, ¿quemar¿ discos, chatear con mis amigos, escuchar música, navegar por Internet o imprimir una tarjeta de Navidad.

No soy muy bueno para la física, pero creo que aprendí más cuando el profesor comparaba los movimientos armónico simple y pendular uniforme con algunas actividades íntimas del ser humano, o cuando nos explicaba el concepto de vacío pegando una chupa para destapar inodoros en la ventana del salón de clase, que cuando los recursos pedagógicos se limitaban a la tiza y el tablero.

Afortunadamente, las cosas han cambiado y hoy prácticamente todo el mundo utiliza el computador como una herramienta de trabajo o aprendizaje, o como un instrumento de entretenimiento: músicos, arquitectos, pintores, matemáticos, ingenieros, periodistas, políticos, contadores, economistas, amas de casa, microbiólogos, diseñadores, literatos, profesores, estudiantes; niños que se sientan a pintar frente a la pantalla con el ratón, con la misma naturalidad que lo harían si tuvieran un crayón en la mano.

Todavía no me acuerdo de su nombre, profe, pero espero que su manera de pensar también haya cambiado, porque nunca entendí esa extraña política de tener una sala de informática en la que los computadores no se podían usar¿

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