Y si eso no es ilegal, ¿entonces qué lo es?

Mucha preocupación me causó un artículo publicado el fin de semana pasado en el diario EL TIEMPO, en el que se cuenta la historia de un pirata informático que se dedica a vender claves de acceso a cuentas de correo electrónico.

Para obtenerlas, el tipo envía a sus víctimas un mensaje bajo la identidad de otra persona -un conocido o alguien de su confianza- que lo lleva a una página falsa con la apariencia de un servicio real -como Hotmail, Gmail o Yahoo-. Allí, el incauto destinatario debe escribir su nombre de usuario y contraseña, que finalmente van a parar a manos del remitente real

Sus clientes son personas que le pagan 50.000 pesos por obtener la información que les permita averiguar si les están poniendo los cachos o si sus seres queridos están dando ¿malos pasos¿ de los que no se han enterado.

Más allá de una valoración sobre el texto, que defina si hace apología a una actividad a todas luces ilegal (tema sobre el que también valdría la pena reflexionar), lo más inquietante de todo es que el pirata informático sostenga que no está cometiendo un delito y se defina a sí mismo como un ¿rebuscador¿. 

Argumenta que lo único que hace es obtener las contraseñas para entrar a las cuentas, pero no se mete en ellas. Eso lo hacen sus clientes. Interesante argumento según el cual si una persona me engaña para quitarme las llaves de la casa y se las da a alguien más para que entre en ella, no está cometiendo ningún delito; ni siquiera si para lograrlo suplanta la identidad de alguien más y utiliza un ¿sitio falso¿ para completar su faena.

Pero bueno… es la justicia, no yo, quien debe determinar la legalidad de estas conductas. Por ahora me concentro en el hecho de que me parece más preocupante todavía que la gente caiga en la trampa, como el mismo protagonista de la historia comenta.

Desde hace mucho tiempo, yo dejé incluso de suscribirme a servicios en línea de esos que, para lograr adeptos, envían invitaciones a nombre de amigos y familiares que ya se inscribieron. Pero me pregunto si en algún momento de la vida, cuando no tomaba estas precauciones, también me uní a la lista de incautos¿

Vaya uno a saber si por más protecciones que tenga instaladas en el computador (antivirus, firewall, lo que sea) no hay por ahí rondando un gusano que le lleva información privada a quién sabe quién al otro lado del cable.

Por allá escondida, en la parte final del texto, aparece una declaración del mayor Freddy Bautista, experto investigador de delitos informáticos, que afirma: ¿Cualquier persona que en forma no autorizada se introduzca en un sistema informático está cometiendo delitos como acceso abusivo o violación ilícita de comunicaciones¿. 

Sin embargo, a la luz de la legislación de algunos países, el hecho de que esta conducta tenga como escenario la red mundial de computadores podría darle la razón al pirata colombiano, pues en muchos casos el delito electrónico no está tipificado¿ en otras palabras, no existe.

Con este aberrante argumento, delincuentes que roban números de tarjetas de crédito y hacen compras por Internet con el dinero de sus víctimas no han pagado un solo minuto de cárcel ni una multa¿ ni siquiera han sido obligados a reponer el dinero gastado, a cuenta de que todo sucedió en la red virtual.

Hasta hace un tiempo, Colombia se preciaba de ser uno de los países más avanzados en materia de legislación sobre medios electrónicos del mundo; si no recuerdo mal, fue uno de los primeros de América Latina en tener una Ley de comercio electrónico. 

Por eso, causa escozor que una persona pueda decir públicamente que suplantar la identidad de otra para enviar mensajes fraudulentos y obtener información privada (cuentas y contraseñas de correo electrónico) que luego vende a terceros no es un acto ilegal.

Con ganancias diarias de entre 300.000 y 500.000 pesos, como narra el artículo, es poco probable que el protagonista de la historia contemple otra manera de ganarse la vida¿ Finalmente, otros tipos de piratería se ven a diario por las calles de las ciudades y nadie hace nada al respecto. 

Lo triste del asunto es que ya ni siquiera es posible huir de la inseguridad del mundo real, porque en el virtual también corremos peligro. En la red, así como en la calle, las busetas y los sitios públicos, va a ser necesario aplicar la misma estrategia de defensa: desconfiar de todo y de todos¿ Lamentable.

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