¡Qué pena con esa niña!

Se llama Bibiana¿ Paola, Diana o Sandra¿ no recuerdo, pero para el caso es lo mismo. Es una de las niñas que me contestaron en la línea de servicio al cliente de mi proveedor de acceso a Internet, que me tuvo una semana sin correo electrónico.

¿Sí, señor. Su caso ya fue reportado, pero no hemos recibido una respuesta del departamento técnico¿. Tras un breve silencio, durante el que esperaba recibir información adicional, como la hora a la que finalmente podría volver a enviar y recibir mensajes, tuve que ser yo el que ¿rompió el hielo¿.

¿Bibiana, Paola, Diana o Sandra: ayer a esta misma hora llamé y otra Bibiana, Paola, Diana o Sandra me dijo que al mediodía estaría resuelto el problema. Mi trabajo depende del correo electrónico y hoy ya completo tres días sin servicio¿.

En honor a la verdad, ese último comentario fue una adaptación libre y espontánea de la vida real, pues para mi trabajo dependo del correo de la oficina. ¡Pero qué importa! Las actividades que realizo a través de mi cuenta personal no son menos importantes: notificación de transacciones financieras, suscripción a servicios informativos, mantenimiento de vínculos personales, familiares y afectivos¿ ¡Y estoy pagando por eso!

Para mí es claro que Bibiana, Paola, Sandra o Diana no tienen la culpa de que los técnicos no hayan encontrado la solución a mi problema, pero a la pobre de turno le tocó aguantarse toda mi descarga de indignación, que si bien traté de exteriorizar de la manera más diplomática posible, fue un reclamo con tono airado.

¿Mira, el servicio de correo electrónico ha estado pésimo durante los últimos meses. No hay semana que no se caiga al menos un día y en esta ocasión ya va una semana. Pero seguro al final del mes la factura sí me llega completita. Entonces, por favor cuéntales a los señores del departamento técnico que si no encuentran pronto una solución, voy a tener que cambiar de proveedor, porque lo que ustedes están haciendo es una falta de respeto con los clientes¿.

Bajé por lo menos cinco kilos, pero los recuperé tan pronto como Bibiana, Paola, Sandra o Diana me respondió: ¿Sí, señor. Tiene razón. Gracias por llamar y que tenga un feliz día¿. ¡Qué tenga un feliz día! En ese momento pensé que la niña aquella (cualquiera que fuera) se merecía una medalla al cinismo. Pero unos minutos más tarde, con la cabeza más fría, pensé que también merecería una distinción al valor.

Pobres niñas (y conste que no lo digo en forma peyorativa, sino con toda la consideración del caso). Ellas no tienen la culpa de los problemas técnicos, pero sí tienen que poner la cara ante los clientes insatisfechos, como yo, que finalmente logran llegar a ellas luego de escuchar grabaciones telefónicas durante varios minutos¿ ¿Su llamada es importante para nosotros, por favor espere¿, ¿En este momento todos nuestros agentes están ocupados¿ por favor, permanezca en la línea¿.

Claro, cuando finalmente aparece un humano al otro lado de la línea, el desborde de frustraciones acumuladas no tiene en cuenta culpables ni responsables¿ simplemente fluye y se estrella contra el primer tímpano que se le aparece. El de Bibiana, Paola, Sandra o Diana¿

Un día de la vida, las empresas deberían poner a contestar el teléfono a los verdaderos responsables de las fallas en los servicios que ofrecen. Seguro terminan ¿agarrados¿ y ese día pierden a la mitad de sus clientes.

Qué pena con Bibiana, Paola, Sandra o Diana¿ ¿Qué culpa tienen ellas? El problema es que a veces parece que las empresas a las que representan no se esfuerzan tanto por resolver los problemas de los clientes, como ellas lo hacen por tener la paciencia suficiente para desearnos un feliz día después de escuchar nuestros desahogos.

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