Haga cuentas¿ de correo

Cuando los servicios de correo electrónico gratuito comenzaron a pulular en el ciberespacio, no era raro que los usuarios abrieran cuentas y cuentas, a medida que un nuevo proveedor les ofrecía más ventajas que los anteriores, con el espacio de almacenamiento entre las más preciadas. 

Salvo que se hayan desactivado por falta de uso, yo mismo debo tener varias por ahí regadas, de las que no recuerdo el nombre de usuario ni mucho menos la contra­seña… Starmedia, Latinmail, Yupimail, Happymail, quién sabe cuántas ni cuáles… 

En esa época todos éramos primíparos inexpertos que bautizábamos nuestros buzones con odas a nuestra perso­nalidad, en lugar de nombres prácticos y fáciles de recordar, que además solían poner en aprietos a nuestros contactos: [email protected] o esteanosivamosaser­[email protected]

Y ni qué decir de las contraseñas: si alguna llegaba a ser el nombre del ser amado, muchos (y muchas) tenían que cambiarla con más frecuencia de la que su memoria podía seguir el paso. 

Hoy, con más años encima, muchas cuentas de correo desperdiciadas, diferentes necesidades por satisfacer y una invasión de spam insoportable, decidí optimizar el uso que hago de esta herramienta. 

Lo primero que hice fue preguntarme cuánto tiempo voy a mantenerme con el mismo proveedor de acceso a Internet que utilizo ahora, teniendo en cuenta que la compe­tencia en el mercado es cada vez mayor: ¿un año? ¿Un lustro? ¿Una década? ¿Toda la vida? 

La respuesta es tan incierta que decidí no volver a usar la cuenta que me ofrece esta empresa para asuntos que pudieran tener cierta permanencia en el tiempo, como suscripciones o recepción de servicios infor­mativos, financieros o de cualquier otra Índole. De hecho, hoy en día es la que menos utilizo. 

En segundo lugar, decidí que el correo del trabajo es para eso: para asuntos laborales. Así las cosas, a través de esa cuenta solo manejo temas relacionados con mi actividad profesional, entre ellos recibir y responder los amables comentarios que me envían los lectores. 

Para mis asuntos personales abrí una cuenta con un proveedor gratuito tan exitoso que seguramente permanecerá mucho tiempo activo en el ciberespacio; esta, además, me ofrece una capacidad de almacenamiento que no tendría con ningún otro, por lo menos hasta ahora. Esa cuenta solo la comparto con mis familiares y amigos. 

Una cuarta cuenta, con el mismo proveedor gratuito, se convirtió en mi correo de servicios útiles. Allí me llegan los boletines de las empresas serias con las que tengo contratos o suscripciones, y su dirección no la conoce ningún particular. 

Finalmente, tengo un quinto servicio que he bautizado «el buzón del spam». Es la cuenta que utilizo para cualquier servicio temporal o de una empresa poco conocida que obliga a escribir una dirección de correo para, por ejemplo, descargar un programa o consultar cierta información. 

Si no confío mucho en la seriedad del sitio que visito, esa es la cuenta indicada para registrarme. A ella me llegan semanalmente cientos de mensajes no solicitados, que borro sin siquiera fijarme de dónde vienen, y unos cuantos útiles que paulatinamente van pasando a la cuenta de asuntos serios. 

Este mecanismo me ha funcionado bastante bien durante los últimos meses y he logrado administrar de manera mucho más eficiente la información que recibo y envío a través del correo elec­trónico. 

Claro, no todo puede ser perfecto, y aparte de mis cuentas oficiales, por decirlo de alguna manera, tengo otras por obligación, como la de MSN que tuve que registrar cuando Messenger no permitía crear usuarios con correos electrónicos que no fueran de Microsoft. 

Quizás lo más difícil ha sido lograr que las personas que tenía esa cuenta en su lista de contactos la cambiaran por una de las nuevas… pero bueno… de los males, el menor. 

Ojalá este método pueda serle útil o lo inspire para adoptar una estrategia más consistente y efectiva.

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