¡Cómo odio los emoticones!

Siempre consideré Messenger como un tercer hogar, después de mi casa y la oficina, por la gran cantidad de amigos virtuales y reales con los que podía departir alegremente en cualquier momento del día, sin importar la distancia y, en ocasiones, ni siquiera la hora.

Sin embargo, hace poco esta herramienta se llenó de unos inquilinos detestables que aparecen cada vez con más frecuencia en medio de las palabras y no permiten entender lo que el interlocutor quiere decir. Y la culpa de que eso suceda es, precisamente, del interlocutor, que va agregando cuanto muñeco le mandan sin siquiera fijarse cuál es la ‘palabra mágica’ que lo activa.

Al principio, los emoticones eran pequeñas imágenes formadas por caracteres comunes y corrientes, que reemplazaban algunas acciones básicas y producían algo de tortícolis, pues para entenderlos completamente era necesario inclinar la cabeza hacia un lado.

Por ejemplo, una sonrisa se expresaba simplemente como dos puntos y un paréntesis, así 🙂 (notará que si recuesta su oreja izquierda sobre el hombro del mismo lado verá una carita feliz. Si quería agregarle nariz, bastaba un guión, así 🙂 .

Pero con el paso del tiempo, esta sencilla manifestación de alegría se convirtió en toda clase de imágenes, animadas y sin animar, que aparecen con solo escribir una palabra. Entonces, si uno escribe «tel», por poner un ejemplo, en la pantalla de Messenger aparece un teléfono.

El problema es que si usted quiere decirle a una persona que es muy inteligente, entonces en la pantalla aparece algo como «eres muy in(la imagen de un teléfono)igente.

Ahora, cuando algunas personas me escriben por Messenger, prácticamente tengo que adivinar lo que me quieren decir, pues a veces un mismo símbolo o imagen puede querer decir muchas cosas.

Si cada vez que un usuario del sistema de mensajería recibe uno de estos morracos tomara la precaución de escoger para su activación una palabra poco convencional o de utilizar un símbolo, no habría tanto problema. Yo, por ejemplo, escribo dos puntos antes del nombre del emoticón. Por ejemplo, mi imagen de un teléfono no aparece con solo escribir «tel», sino que tengo que escribir «:tel» para que aparezca.

Pero a la gente cada vez le importa menos hacerse entender y les da igual que uno reciba en la pantalla una cantidad de basura ininteligible¿

No es de extrañarse, pues entre errores de ortografía y gramática, la impresión al recibir un mensaje a través de internet es más o menos la misma¿

Cambio de tercio

Aunque es poco usual que trate más de un tema en mis columnas, no puedo dejar pasar la oportunidad (ya un poco tardía, pero aún pertinente) de expresar mi preocupación por el ‘apagón de Internet’ sufrido hace algunas semanas.

Dicen las leyes de Murphy que cuando algo puede fallar, falla. Y en esta ocasión ni la redundancia ni los sistemas de respaldo salvaron a los usuarios, especialmente del hogar, de sufrir uno de los cortes en el acceso a la Red más largos y penosos de la historia del país.

En palabras de un compañero de trabajo, un daño en un cable nos devolvió a la Edad de Piedra.

Preocupante situación¿ que todo un país dependa de ‘cable y medio’ (por decirlo de alguna manera) para establecer comunicación de datos con el resto del mundo es grave. Parece que ya viene un tercero en camino, pero Colombia debería tomar más precauciones para evitar que Murphy haga de las suyas otra vez¿

Si era un tercio, son tres¿

Último tema del mes: con bastante preocupación, un lector se dirigió a mí aquejado por un problema familiar, debido a que un homónimo publicó un comentario en Internet confesando su infidelidad e identificando a su cómplice de cuernos.

La mujer no le creía que no era él y los cuñados tenían sed de venganza. Y el mensaje en cuestión era lo más ‘mala leche’ que uno se pueda imaginar, no tanto por el compromiso que le generó al homónimo, sino porque identificaba a su amante con nombre y dirección de correo electrónico.

La gente sigue usando la Red para hacer daño¿ y lamentablemente hay personas que siguen creyendo a ciegas todo lo que aparece en ella, sin darles siquiera una oportunidad de defensa a víctimas como el angustiado personaje que acudió a mí.

A veces me pregunto si no sería mejor que se nos desconectaran todos los cables, a ver si dejamos sin armas a tanto cafre¿

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