Para tener en cuenta al regular (columna de Guillermo Santos)

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Los nuevos servicios que se están prestando mediante aplicaciones digitales, y que no se han reglamentado, exigen que quienes lo vayan a hacer tengan un profundo conocimiento de cómo funcionan, para que no se presenten problemas en las normas que se establezcan para controlarlas.

Hablemos de Uber, que nos permite ilustrar lo que estoy hablando. La mayoría de las personas creen que Uber es un servicio público, como actualmente son los taxis amarillos. No lo es. Es una aplicación que sirve de intermediario entre el propietario de un carro y la persona que necesita de su servicio. De hecho, los autos que están matriculados en Uber le pagan por permitirles prestar el servicio, lo que deja claro que esta aplicación no tiene como empleados a los conductores y no es propietaria de los automóviles. O sea, los conductores son clientes privados de Uber, que además trabajan con otras aplicaciones, como también son los que se transportan en ellos usando la aplicación.

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En mi opinión, este servicio ya es legal, aunque los taxistas y las compañías que los unen no lo quieran dejar ver así. Vale le pena informar que de julio a diciembre del año pasado, Uber pagó 34.000 millones de pesos solo en IVA. ¿A dónde está yendo este dinero, una cantidad muy importante que puede ser usada para mejorar el tráfico en muchas ciudades?

Otros casos de aplicaciones que no son servicios públicos

Así se tienen que mirar muchas aplicaciones. Por ejemplo, mercadolibre.com no es un servicio público, pues lo que hace es facilitar negocios entre personas que quieren comprar y las que quieren vender, para intermediar y permitir que hagan el negocio cuando el comprador encuentra lo que quiere.

Airbnb –aplicación usada para conseguir dónde alojarse– tampoco es un servicio público. El usuario que tiene un alojamiento, no lo está usando y lo quiere alquilar lo inscribe en Airbnb para que una persona que vaya a viajar y necesite dónde quedarse lo pueda rentar.

En términos generales, hay que tener en cuenta que estas aplicaciones lo que hacen es intermediar entre el que ofrece un servicio privado, como un carro, y alguien, una persona privada, que lo quiera utilizar. Esto es muy importante para tener en cuenta cuando se vaya a regular cualquiera de estos servicios prestados por aplicaciones digitales. Decir que estas ‘apps’ son un servicio público sería como sostener que Amazon también lo es.

Publicado con autorización de El Tiempo.

Imágenes: Jirapong Manustrong y Oatawa (vía iStock).

Guillermo Santos

Guillermo Santos

Yo soy, como me han calificado algunos de mis jóvenes amigos, un 'nerd' de vieja escuela, o como me lo dijeron textualmente, un 'old-school nerd'. Hice mi tesis con tarjetas perforadas en código EBCDIC, que se ejecutaban en un IBM 1130 que ocupaba todo un piso en la Universidad de los Andes. De esta institución salí graduado de Ingeniero de Sistemas y Computación en 1972. Programar era mi principal afición. Lo hice en lenguajes poco conocidos ahora tales como Cobol, Fortran, Lisp, PL/1 y Snobol. Para hacerle honor al apellido, decidí escribir, sobre tecnología obviamente, y en 1983 fundé la sección más antigua de tecnología en Suramérica publicada en cualquier periódico de tiraje nacional. En 1995 trasladé esas ganas de escribir sobre el tema que me apasiona a las revistas, y le di vida a Enter, ahora ENTER.CO, la primera revista de tecnología en Colombia. Soy aficionado al fútbol, tanto que fui presidente de Millonarios por dos años; amante del trote, del golf y del cine. Pero el centro de mi corazón esta inmerso en 'el mundo de la tecnología', como le puse a mi columna editorial en el diario El Tiempo, la que estoy escribiendo todos los lunes desde el 24 de enero de 1994. Pero principalmente colombiano, orgullosamente colombiano.

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