Evaluación: ‘La mejor oferta’

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‘La mejor oferta’ tiene mucho arte y glamour, mucha música muy bella y algo de mística. Pero es una película hueca. Tiene un exterior bonito, y a lo mejor es entretenida e interesante en la primera impresión. Pero por dentro no hay casi nada. No hay sustento, ni algo que mueva los hilos o que explique por qué pasa lo que pasa.

Giussepe Tornatore dirigió esta cinta; muy europea pero producida por Hollywood. Fue rodada en Italia, y en ella Virgil Oldman (Geoffrey Rush), un veterano subastador y coleccionista de arte, conoce en medio de su oficio y en extrañas circunstancias a Claire (Sylvia Hoeks), una bella mujer mucho más joven que él. Se enamora y la enamora con ayuda de un cómplice, Robert (Jim Sturgess), un híbrido entre genio mecánico y Casanova quien también podría ser su nieto. Y cuando por fin todo parece perfecto, resulta que no lo es tanto.

También hay un androide. Uno mecánico, hermoso, del siglo XIX. Pero, ¿dónde entra él en este novelón? Yo nunca lo supe. Como esa, hay muchas otras preguntas –que no puedo escribir aquí sin hacer ‘spoilers’– que se quedan sin respuesta cuando se encienden las luces del teatro.

El imperio del absurdo

La mejor oferta
¿Y el androide?

La cinta es arbitraria y desmotivada. En ningún momento se preocupa por mostrarnos por qué ocurre todo. Cada giro es más absurdo que el anterior, y en lugar de apelar a la sutileza simplemente prefiere que los espectadores rellenemos los cabos sueltos. Al contrario de cualquier buena historia de amor y desamor, en ‘La mejor oferta’ nunca sabemos qué verdad humana es la que mueve a los personajes –a excepción de Virgil– a hacer lo que hacen.

Nunca sabemos qué es lo que mueve a la mayoría de los personajes

Esto es especialmente patente en Robert. Es un papel sin pies ni cabeza: aparece en la trama sin ninguna razón, y se convierte en el personaje más importante sin que nos demos cuenta y –peor– sin que sepamos por qué. Sturgess tampoco hace mucho para sacarlo del fango. Es tibio y poco creíble, no transmite ninguna emoción y su amistad con Virgil no parece ni verdadera ni falsa, sino impostada. Es tan malo que uno agradece que desaparezca justo antes del clímax, algo que tampoco queda claro por qué ocurre.

Además, la película está salpicada de detalles surrealistas  –como el androide– que algo distraen, pero que al final añaden a la confusión. Algunos insinúan un filón interesante, un susurro que quizás se convierta en voz en algún punto. Pero eso poco ocurre: no se sabe de dónde vinieron, para dónde van y qué función cumplen en la historia.

Personajes disparejos

La mejor oferta
Virgil y Claire.

Geoffrey Rush interpreta un papel muy convincente. Virgil es un hombre autosuficiente, que ya pagó el costo y cobró los réditos de sus decisiones. Es por igual sensible y superfluo, egocéntrico y cálido, excéntrico y clásico. A medida que avanza la historia se convierte en un pobre viejo enamorado e indefenso, quizás de un modo demasiado radical. Sin embargo, Rush lo hace creíble. Es un placer verlo transformarse, convencernos de que el magnate que parece tener el mundo en el bolsillo se convirtió en ese pobre anciano que vemos atribulado y herido en medio de la lluvia.

Rush interpreta a un personaje complejo de forma convincente

El papel de Claire no brilla, pero funciona. También atraviesa una transformación, que Hoeks retrata de forma competente. Al principio logra ser chocante, y hay una escena en particular en la que la sensibilidad de la actriz brilla bastante. Al final, consigue convencernos tanto como a Virgil de que es una mujer nueva.

Glamour y belleza

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El museo personal.

Visualmente, la película es un viaje muy bello por Europa y por el mundo del arte. En la hora y media que dura, el espectador toma el lugar privilegiado de quien lo conoce desde las entrañas, de quien sabe cómo leerlo más allá de los colores y las formas, y de quien sabe distinguir el valor –y el precio– de una obra por sus secretos más sutiles.

Las pinturas ‘roban’ mucha pantalla y son parte muy importante del argumento. Tornatore aprovecha eso para darle a la audiencia un muy buen paseo por el museo personal del protagonista y por las obras que gana millones subastando. Este es uno de los mayores encantos de la película: si la ve, seguramente se olvidará por unos segundos de la trama y se sorprenderá por la belleza y el dramatismo de alguno de los retratos. Y allí está gran parte del encanto de la cinta.

El arte es uno de los protagonistas de la cinta

La fotografía está bien lograda. No es ostentosa, ni apela a trucos o efectos especiales. Aunque los planos son correctos y bellos, no son deslumbrantes. Parecen más pensados para dejar ver la película y apreciar las pinturas que para brillar por sí mismos,  cosa que consiguen a cabalidad.

La música, bellamente arreglada por Ennio Morricone, tiene un talante similar. Cumple en todo momento su papel de acompañar la cinta, sin hacerse estorbosa ni protagonizar las escenas. Tanto ésta como la fotografía son más efectivas que brillantes, y eso nunca es un problema.

‘La mejor oferta’ es una película entretenida, en la que la actuación estupenda de Geoffrey Rush se desperdicia. Eso sí: está llena cosas bonitas, arte, música, lujo, Europa y relojes. Pero todas esas son distracciones que no opacan que a la historia le falta corazón.

José Luis Peñarredonda

José Luis Peñarredonda

Un día me preguntaron sobre mis intereses y no supe por dónde empezar. Decidí entonces ponerlos en orden y dibujé un diagrama de Venn para agruparlos a todos: Internet, cine, periodismo, literatura, narración, música, ciencia, fotografía, diseño, política, escritura, filosofía, creatividad... Me di cuenta de que en toda la mitad de ese diagrama, en el punto en el que todos estos círculos confluyen, está la tecnología. Eso me llevó a ENTER.CO. Estudié Periodismo y Filosofía en la U. del Rosario. PGP: http://bit.ly/1Us3JoT

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