Haga palomitas de maíz, vaya al baño y póngase cómodo. Pero, sobre todo, prepare sus nervios y su estómago. Cuando presione el botón de ‘play’ y comience a ver la segunda temporada de ‘House of Cards’, se habrá embarcado en un viaje de 13 horas por algunos de los caminos más retorcidos que puede trazar la ambición humana.
Habrá momentos chocantes, en los que su sentido moral protestará y se llenará de indignación. Pero también habrá momentos de mucha humanidad y honestidad. Verá personajes heroicos y otros detestables, jugadas maquiavélicas e intenciones nobles. Pero sobre todo, podrá experimentar las tensiones de Frank Underwood (Kevin Spacey) y su esposa Claire (Robin Wright) en su lucha por mantener en pie el castillo de naipes que, según esperan, los llevará a lo más alto del poder.
Camino al poder
En esta segunda temporada, la serie se mete mucho más en la Casa Blanca. Los medios y los periodistas, aunque no desaparecen, ya no son protagonistas. Por eso, hay muchos más detalles sobre la filigrana del poder, sobre las motivaciones de quienes lo ejercen y sobre los intereses y los cálculos que mantienen engrasado al sistema.
Lo más importante, sin embargo, sigue siendo la travesía de los Underwood hacia lo más alto. Frank es al mismo tiempo héroe y villano. Es un protagonista detestable frente al que, sin embargo, no podemos evitar la simpatía. Ese es el detalle que hace que esta sea una gran serie: al mismo tiempo queremos que el protagonista triunfe y que fracase. Cada giro de la trama, cada paso de la conspiración, nos pone los nervios de punta. Y el espectador terminará agotado y un poco indignado, pero entretenido y con muchas cosas en la cabeza.
Al mismo tiempo, queremos que Frank triunfe y que fracase
La historia principal es excelente y está muy bien contada. Sin embargo, no todas las historias secundarias están en ese mismo nivel. Hay unas creíbles y conmovedoras, pero otras que no lo son tanto y pueden rozar la ridiculez. Esto es lamentable, sobre todo porque la gran virtud de la primera temporada es que todas las subtramas eran excelentes.
Frank, Claire y los demás
Frank y Claire son una pareja imbatible. Spacey encarna a un Frank de acero, invulnerable, hipócrita, y despiadado; que puede sonreírle a alguien e insultarlo o amenazarlo tres segundos después. El Frank dulce y manipulador es tan creíble como el Frank rabioso y sediento de sangre. El Frank estadista, que da discursos y condecora generales, es la misma persona que se refugia en el cuchitril de su cocinero favorito, un vendedor de costillas de cerdo que –podría decirse– es el único amigo que le queda. Spacey encarna todos esos rostros sin despeinarse y con una credibilidad asombrosa.
Claire, que juega un papel mucho más importante en esta temporada que en la primera, es aun más cínica. Cada una de sus sonrisas, de sus gestos y de sus palabras está calculada para ayudarle a su marido. Incluso sus arranques de espontaneidad y humanidad terminan haciéndola más ruda y despiadada que antes. Y lo es, paradójicamente, de una forma muy suave y femenina: si Frank manipula por medio de la fuerza bruta del poder y la ambición, Claire lo hace por medio de la sutileza, la empatía y la persuasión. Robin Wright encarna todo eso con maestría, y nos regala un personaje al que habría que tenerle mucho, pero muchísimo miedo.
Si Frank manipula por medio de la fuerza bruta del poder, Claire lo hace por medio de la sutileza
Lastimosamente, los personajes secundarios no son todos del mismo nivel. Hay algunos excelentes, como el poderoso Raymond Tusk (Gerald McRaney), el leal mandadero de Frank, Doug Stamper (Michael Kelly); Edward Meechum (Nathan Darrow), el escolta imperturbable, o Freddy (Reg E. Catley), el rudo pero pintoresco vendedor de costillas. Otros están bien representados, pero le piden demasiadas licencias al espectador: es difícil creer, por ejemplo, que un Presidente de Estados Unidos sea tan débil y manipulable como Garrett Walker (Michael Gill).
A pesar de esto, la serie acierta al caracterizar a sus personajes con pequeños detalles. Cosas como el celular o computador que usan, el ejercicio que hacen, o si toman su café con o sin leche –o si no lo toman–, se convierten en pequeñas perlas narrativas que hacen que la serie sea mucho más atractiva y verosímil.
De hecho, llama la atención que la tecnología que se muestre sea la misma que la gente tiene en el bolsillo. No veremos las interfaces fantasiosas y los equipos superpoderosos que abundan en las series de TV: los iPhone, Nokia Lumia y BlackBerry que usan los personajes son los mismos que tienen muchos de sus espectadores. Incluso, hay una mención a ‘God of War: Ascension’ por ahí. Detalles que enamoran.
Un paseo por Washington
Visualmente, House of Cards está en un punto muy alto. Desde la intro, la serie nos propone un paseo por algunos de los sitios más bellos y emblemáticos de Washington D.C.. La luz es manejada de forma excepcional, y los encuadres de cámara no solo son bellos, sino que a menudo ayudan a fijar el tono de lo que se está contando.
La cámara ayuda a fijar el tono de lo que se está contando
El ritmo está bien: no es frenético pero tampoco es lento, los eventos ocurren con fluidez y si el espectador se despista por más de dos minutos, probablemente se perderá de algo. Sin embargo, la serie sí tiene momentos mucho más interesantes que otros, y a veces da la impresión de que lo hacen para que la trama no quede cerrada en la segunda temporada y haya un argumento para la tercera.
En síntesis, estamos frente a una serie que vale la pena. Los personajes principales son complejos, y son representados por actores excelentes. La trama nos muestra los entresijos de Washington de una manera entretenida y sin caer en el simplismo, en la que las sutilezas son claves para entender lo que de veras está pasando. La forma en la que retrata la ambición, el poder y la manipulación es digna de ser apreciada. Al menos para que, 13 horas después, los espectadores seamos un poco más cínicos.